Soberanía tecnológica: ¿De qué estamos hablando?

Margarita Padilla

Qué es

Querido lector/a, queremos conversar sobre la soberanía tecnológica, un concepto que quizás, todavía, no te diga nada.

Dice la Wikipedia que la «soberanía» es el poder político supremo y que es soberano quien tiene el poder de decisión, el poder de dar las leyes sin recibirlas de otro. También dice que es imposible adentrarse en este concepto sin tener en cuenta las luchas por el poder. Y que la historia va dibujando el devenir del sujeto de la soberanía. ¿Quién, en cada momento, es soberano?

Trasladando la cuestión de la soberanía a las tecnologías, la pregunta sobre la que queremos conversar es quién tiene poder de decisión sobre ellas, sobre su desarrollo y su uso, sobre su acceso y su distribución, sobre su oferta y su consumo, sobre su prestigio y su capacidad de fascinación…

Creo que en asuntos de poder no hay respuestas sencillas. Pero, sí que hay horizontes deseables y deseados. Con esta publicación queremos pararnos a pensar sobre cuál horizonte tecnológico estamos proyectando, para aplicarle un juicio crítico y, sobre todo, para compartirlo.

En conversaciones informales sobre tecnologías, a menudo, las amigas me dicen cosas como «Es que yo de esto no entiendo», «Es que yo soy muy torpe con esto»... Entonces, yo intento desplazar un poco la cuestión hacia otro terreno un poco más, político ya que creo firmemente que lo que una persona «suelta» sepa o no, en realidad no es tan significativo en un planteamiento global sobre tecnologías.

Este desplazamiento ya lo estamos aplicando en otros ámbitos. Por ejemplo, no necesito, yo personalmente, entender de química para «saber» que el aire está contaminado. Y digo «saber» entre comillas porque, en realidad, no lo sé, en el sentido científico de la palabra, pues nunca he hecho un análisis de contaminación atmosférica por mis propios medios. Pero, sí que lo «sé» en términos sociales, pues hay muchas personas y grupos, en los que confío, que me lo han dicho. Para mí, la creencia de que el aire está contaminado es una verdad social.

Algo parecido ocurre con la alimentación ecológica. No necesito ir a cada huerto de cada productor/a ecológico a hacer análisis químicos sobre el valor alimentario de sus productos. Hay una cadena, un circuito de confianza, que hace insignificante lo que yo, personalmente, pueda saber o no saber. Me apoyo en el saber colectivo y en lo que ese saber compartido enuncia como verdades sociales.

De la misma manera, mi horizonte de soberanía tecnológica no está poblado por individualidades autosuficientes que controlan hasta el último detalle de sus dispositivos o de sus programas de ordenador o de móvil. No se trata de un individualismo tecnológico (yo entiendo, yo sé, yo, yo, yo...). No creo que el sujeto de la soberanía tecnológica sea el individuo (ya sabes, ese hombre joven, guapo, blanco, inteligente, exitosos... más que nada porque no existe).

Dónde se hace

Como todas las otras, la soberanía tecnológica se hace, sobre todo, en comunidades.

Las comunidades existen. Están por todas partes, haciéndose y rehaciéndose sin parar. El piso compartido, el barrio, las amigas, las compañeras de trabajo, las redes profesionales, la familia extensa... Hay comunidades por todas partes.

Como toda construcción simbólica, las comunidades no se pueden ver con los ojos de la cara. Tienen que verse con los ojos de la mente. Y sentir su vínculo con los ojos del corazón.

Esta dificultad hace que en una misma situación una comunidad pueda ser una realidad muy presente y activa para algunas personas, y a la vez algo totalmente invisible para otras. Y esto es un verdadero problema porque si no ves por dónde andan las comunidades, corres el riesgo de pisotearlas. Aunque, con frecuencia, a lo que aspira la industria de las tecnologías no es a pisotearlas, sino a controlarlas.

Para las personas que luchamos por la soberanía tecnológica, las comunidades son una realidad palpable. Están ahí, las vemos y las sentimos. Aunque el estereotipo relacione tecnologías con consumismo, elitismo, pijadas, individualismo aislado... Esto es sólo la visión que dibujan la industria y el mercado. Un mercado que quiere consumidores aislados y que ofusca la realidad.

Todas las tecnologías se desarrollan en comunidades, que pueden ser, más o menos, autónomas o pueden estar, más o menos, controladas por las corporaciones. En la lucha por la soberanía, la cosa va de comunidades. Nadie inventa, construye o programa en solitario, sencillamente porque la complejidad de la tarea es tal que eso resultaría imposible.

La premisa de una comunidad que aspira a ser soberana es que el conocimiento debe ser compartido y los desarrollos individuales deben ser devueltos al común. El conocimiento crece con la cooperación. La inteligencia es colectiva y privatizar el conocimiento es matar la comunidad. La comunidad es garante de la libertad, es decir, de la soberanía.

La relación entre comunidades y conocimiento viene de lejos, no nace con las nuevas tecnologías. Por ejemplo, en una cultura en la que las mujeres sean las encargadas de atender los partos de otras mujeres, conservar y transmitir el conocimiento sobre la asistencia a los partos es fundamental para la reproducción de la vida. Esto hará que, más o menos, formal o informal, haya una comunidad de mujeres asistentas de partos o, dicho de otra manera, entre las mujeres que asisten partos se darán relaciones comunitarias que tienen que ver con la preservación de los conocimientos prácticos. Si algún poder se plantea destruir esa comunidad (esa soberanía), una de las maneras de hacerlo es «destruir» el conocimiento que custodia la comunidad, haciendo que de repente aparezca como inservible, ridículo o anticuado. Y esto podrá hacerlo con políticas que «muevan» ese conocimiento a los hospitales y la medicina convencional. Si las parturientas van al hospital y son atendidas por médicos, la comunidad de mujeres se debilita o desaparece (pierde soberanía).

Dicho brevemente: la comunidad, en su versión radical, se autoorganiza y se autorregula con autonomía y es la garante de la soberanía. Si tienes comunidad tendrás libertad y soberanía. O más aún: sólo dentro de las comunidades podemos ser personas libres y soberanas.

Y entonces dirás «Pero yo, pobre de mí, que no tengo tiempo, que no tengo dinero, que de esto no entiendo nada, que ya tengo miles de problemas para salir adelante con mi vida... ¿Cómo voy a meterme en una comunidad para hacer tecnologías?»

«Meterse» en una comunidad no significa necesariamente saber programar ni ir a reuniones ni tener responsabilidades. Las comunidades son generosas. Permiten distintos grados de pertenencia y ofrecen distintos tipos de contribución.

Este libro intenta dar pistas sobre cosas que puedes hacer, y más abajo sugeriremos algunas de ellas. Pero, hay una que es la más importante. No requiere tiempo, ni dinero, ni conocimientos. Sólo voluntad.

Puedes colocarte en el ángulo desde el que se contempla todo el valor.

Siguiendo con el ejemplo, destruir la comunidad de mujeres que asisten partos supone que la percepción social sea de que ese conocimiento no tiene valor. El poder que quiera desarticular la comunidad de mujeres deberá hacer propaganda para desvalorizar el conocimiento de la comunidad y valorizar el conocimiento de los doctores del hospital. Y de la percepción social del valor, de lo valioso que es algo, participamos todas. Porque la decisión individual de una partera sobre ir al hospital y ser atendida por un doctor o parir en casa con la asistencia de otra mujer se toma en un contexto social que «juzgará» (valorizará) una u otra decisión como la más «buena».

Estamos hablando no del valor económico, instrumental, empresarial o de marca, sino del valor social. Si contemplas el valor, estás dando y tomando valor.

Por ejemplo, aunque los hombres nunca vayan a parir, su visión sobre el valor de la comunidad de mujeres que se asisten mutuamente es muy importante. Si se colocan en el ángulo desde donde se ve el valor, están haciendo que la comunidad tenga más legitimidad, más soberanía.

Por eso, además de todas las cosas prácticas que puedas hacer, tu visión puede hacer que las comunidades sean más fuertes. Y ya estás contribuyendo.

Por qué es importante

Dice Antonio Rodríguez de las Heras que la tecnología es a la cultura lo que el cuerpo es a la vida.

Al igual que el cuerpo humano protege la vida genética (la «primera» vida), la tecnología protege la cultura, vida cultural que surge con el ser humano (la «segunda» vida).

Si el cuerpo humano, con su maravillosa complejidad, es una impresionante aventura de miles de millones de años que se inicia cuando una pequeña membrana, en la charca primordial, empieza a proteger el mensaje genético en los entornos más cambiantes, de la misma manera la tecnología se desarrolla y complejiza para proteger ese otro mensaje vital que nace con el ser humano: el de la cultura.

La tecnología, desde el fuego o la piedra de sílex hasta las prodigiosas construcciones que usamos, casi sin reparar en ello, por todas partes, es el cuerpo de la cultura. Sin tecnología no habría cultura.

La relación con la tecnología es paradójica. Te permite hacer más cosas (autonomía), pero dependes de ella (dependencia).

Dependes de quienes la desarrollan y distribuyen, de sus planes de negocio o de sus contribuciones al valor social. Y cambias con ella. ¿No está cambiado Whatsapp o Telegram la cultura relacional? ¿No está cambiando Wikipedia la cultura enciclopédica? Y también la cambias a ella.

Por eso, es tan importante sostener abierta la pregunta colectiva sobre qué horizonte tecnológico deseamos y cómo lo estamos construyendo.

Cómo valorarla

En el boom de las crisis financieras y de una cultura del emprendimiento obligatorio, la industria de las tecnologías, a la que no se le escapa la potencia de las comunidades, empieza a utilizar arquitecturas de participación para aprovecharse de la inteligencia colectiva y obtener valor de mercado.

Estas ofertas de mercado están todo el tiempo lidiando con otros estilos de cooperación, en un hervidero de tendencias que marca los episodios de la lucha por la soberanía tecnológica.

La industria de las tecnologías quiere naturalizar tus elecciones. Quiere que te adhieras a sus productos-servicios sin hacerte preguntas.

Así que, para resistir a la sumisión tecnológica te propongo que, en tus elecciones, valores:

Que la comodidad no sea el único criterio. Es más cómodo no separar las basuras. Es más cómodo coger el coche para ir a la vuelta de la esquina (siempre que tengas aparcamiento, claro). Es más cómodo comer comida rápida... Pero, no siempre lo hacemos, porque la comodidad no siempre es el mejor criterio. Pues, con las tecnologías, lo mismo.

Que la gratuidad no sea el único coste. Está bien que haya servicios públicos gratuitos, que es una manera de decir que están costeados por todo el mundo, en un fondo común. También, está muy bien intercambiar regalos, gratuitamente, que costeamos como un modo de mostrar agradecimiento y amor. Pero, cuando hablamos de la industria de las tecnologías, la gratuidad es solamente una estrategia para conseguir mayores beneficios por otras vías. Esa gratuidad tiene un altísimo coste no sólo en términos de pérdida de soberanía (ya que nos quedamos al albur de lo que la industria nos quiera «regalar» en cada momento), sino en términos medioambientales y sociales. Guardar una foto en la nube, sin ir más lejos, tiene costes medioambientales y sociales, ya que para guardarla tiene que haber un servidor en marcha todo el tiempo, cuyos «motores» consumen energía eléctrica, etc., etc. Un servidor que quizás pertenezca a una empresa que no paga impuestos en el lugar en donde esa persona subió la foto, y por tanto, extrae valor sin contribuir al común, etc., etc. Todo cuesta algo. Por eso, quizás deberíamos pensar en ese tipo de «gratuidad» como un coste que estallará por otro lado.

Qué puedes hacer

Nadie vive en una soberanía tecnológica absoluta. La soberanía es un camino. Pero, no podemos aceptar eso de que, como no podemos hacerlo todo, no hagamos nada.

Hay muchas cosas que se pueden hacer. Por supuesto, puedes usar más software libre. En esta publicación encontrarás muchas propuestas de programas libres que funcionan perfectamente. También puedes participar activamente en alguna comunidad. Sin embargo, hay muchas más cosas que se pueden hacer:

Si tienes inquietudes respecto a tus prácticas tecnológicas, socialízalas, convérsalas, hazlas circular. Las prácticas tecnológicas no son asuntos individuales. Tienen una dimensión social que debemos problematizar. Las tecnologías tienen que estar en la agenda común, tanto como la salud, el trabajo o la participación política. Hay que hablar de tecnologías.

Si participas en un grupo, no des por hecho que las demás personas están dispuestas a utilizar todos los programas de ordenador o todos los servicios de Internet que tú utilizas. Cuando participo en un grupo y, sin mediar más conversación, alguien propone hacer un Skype o un Hangout, me doy cuenta de que quien propone eso no tiene en consideración que pueda haber personas que no quieren abrir una cuenta en Skype o en Gmail. Es como si quisiéramos obligar a las personas vegetarianas a comer carne, porque para las carnívoras es más cómodo (o más barato, o más algo...) hacer un plato único con los criterios de una mayoría acrítica. Pero, eso sería inaceptable, ¿no? Pues, de la misma manera, alguien puede negarse a usar (o ser usada por) determinados servicios. Está en su derecho. La decisión sobre qué tecnologías usar no es solamente práctica. También es ética.

Si eres educadora, transmite los valores del software libre. ¿Por qué tenemos que piratear lo que las comunidades ya nos ofrecen para compartir libremente? El software libre es el software que practica y defiende los valores de la comunidad. Si nos gusta la escuela pública, porque es la común, ¿no debería gustarnos que en la escuela pública sólo se usen programas de ordenador públicos, sin costes de licencia y sin mecanismo de privatización? Público no es lo mismo que gratis.

Si tienes capacidad de contratación (por ejemplo, la web de tu asociación), busca empresas en la economía social que estén contribuyendo en las comunidades. El dinero que gastas en tecnologías ponlo en circulación dentro de los circuitos sociales comunitarios. En este libro encontrarás un capítulo dedicado a las cooperativas que recombinan la economía social y solidaria con la soberanía tecnológica. Esas cooperativas se agrupan en redes de economía social o en mercados sociales locales. Y esas agrupaciones tienen webs en las que puedes encontrar empresas cooperativas a las que encargar un trabajo.

Si puedes programar actividades (en tu asociación, en el centro social, en el AMPA...), organiza charlas de sensibilización o talleres de formación sobre soberanía tecnológica. Esto es una tarea sin fin, que debe sostenerse en el tiempo, pues nadie nace enseñada. Si no sabes quién podría encargarse de dar esas charlas o talleres, acude a las empresas cooperativas. Ellas conocerán quien pueda hacerlo. Como hemos dicho antes, hay que hablar de tecnologías.

Si tienes prestigio o influencia, haz que la soberanía tecnológica sea un asunto relevante en las agendas políticas y críticas. Y si no los tienes, ponte al día leyendo las secciones que muchos periódicos ya tienen sobre tecnologías. Comenta con otras personas lo que has leído. Problematiza. Busca una perspectiva crítica y reflexiva. No se trata de perseguir la última tendencia del mercado, sino de estar al día en los debates políticos y sociales sobre soberanía tecnológica, que son muchos y constantes.

Si tienes energía o capacidad de liderazgo, promueve la creación de grupos para cacharrear, intercambiar conocimientos y disfrutar de lo tecnológico en compañía. Las tecnologías también son fuente de alegría y placer. Hay grupos que se reúnen para reparar juguetes electrónicos o pequeños electrodomésticos. Otras se juntan para hacer costura con componentes de hardware libre (electrónica). Otras hacen programación creativa... Las tecnologías no sólo sirven para trabajar duro o para aislar a las personas. Como hemos dicho antes, son el cuerpo de la cultura. Y cultura es mucho más que trabajo.

Si eres mujer, busca a otras para preguntar, en común, cómo la construcción de género nos está separando de una relación activa, creativa y de liderazgo con las tecnologías. La presencia activa de las mujeres en la construcción de soberanía tecnológica es escasa. Ahí hay mucho trabajo por hacer. En este dossier encontrarás algunas referencias, en las mujeres que han escrito algunos de sus capítulos.

Y, si no sabes por dónde tirar, busca ayuda. Además, de toda la gente que conoces personalmente, hoy en día, podemos entrar en comunicación con personas que no conocemos. Si ves un vídeo que te interesa o lees un artículo que quieres profundizar, seguro que puedes enviar un correo a su autor/a. Aunque no nos conozcamos, nos podemos ayudar.

Hemos editado esta publicación con la intención de indagar en la diversidad, riqueza y situación actual de la soberanía tecnológica alrededor del mundo, para presentar sus potencialidades y dificultades.

Esperamos que te resulte interesante, que te la tomes en sentido crítico, y que nos ayudes a mejorarla y a difundirla.

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